El pasado 19 de julio escribía el Papa Francisco al arzobispo de París, con motivo de los Juegos Olímpicos, que “el deporte tiene capacidad de unir a las personas, de favorecer el diálogo y la acogida mutua; estimula las personas a superarse a sí mismas, fomenta el espíritu de sacrificio, favorece la lealtad en las relaciones interpersonales; invita a las personas a reconocer sus propios límites y el valor de los demás”. En es misma misiva el Papa expresaba su deseo de que “las Olimpiadas de París sean, para todos los que acudan de todos los países del mundo, una ocasión imperdible para descubrirse y apreciarse, para derribar perjuicios, para fomentar la estima donde hay desprecio y desconfianza, y la amistad donde hay odio”.
Lamentablemente, la ceremonia de inauguración de estos Juegos Olimpicos, estuvo muy lejos del anhelo que expresaba el Santo Padre ya que, en vez de ser un cauce para fomentar la fraternidad entre todos los pueblos se convirtió en un alegato ideológico de muy mal gusto y ofensivo para la fe de millones de cristianos.
Ante lo contemplado en dicha ceremonia, me gustaría compartir en voz alta algunas preguntas que pueden hacernos reflexionar.
¿Cómo es posible que en un acto que se supone que estaba destinado a todos los publicos se haga apología de la ideología woke, mostrando continuamente personas que con sus vestimentas y actuaciones resultaban tan inapropiadas para un evento de estas características? ¿Se merecen los deportistas que con tanta ilusion y esfuerzo llevan años preparándose para esta competición que les sea robado el protagonismo en aras de la propaganda de lo politicamente correcto? ¿Es acertada la lectura que se hizo de la historia de Francia jactándose, por una parte, de haber decapitado personas y exhibiendo, por otra parte, como principales méritos de algunas mujeres su lucha por instaurar el derecho al aborto? ¿Es necesario en un evento que quiere exaltar la hermandad entre los pueblos que se ridiculice algo tan sagrado para los cristianos como es la Última Cena?
Los obispos de la Conferencia Episcopal Francesa han manifestado que “lamentablemente, esta ceremonia incluyó escenas de burla y mofa del cristianismo, lo cual deploramos profundamente”. Me uno a estas palabras e invito a todos los fieles de la Archidiócesis de Toledo a hacer actos de reparacion y desagravio por estas burlas y mofas.
Es cierto que, como cristianos, estamos llamados a hacer una denuncia valiente y profética ante los males, las injusticias y las ofensas, como las que tuvieron lugar en Paris el pasado 26 de julio, pero no perdamos de vista que somos discípulos de Aquel que dijo: “amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen” (Mt5,44). No caigamos en la trampa de la polarización, acogiendo sentimientos de odio y de rencor hacia quienes nos injurian porque estariamos alejándonos de la vivencia del mandamiento del amor.
Recemos, como indican los obispos franceses, para que estas Olimpiadas fomenten la “unidad y fraternidad que nuestro mundo tanto necesita, respetando las convicciones de todos, en torno al deporte que nos une y para promover la paz de las naciones y de los corazones”.
Tengamos muy presente que “la victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero” (Ap 7, I0). Sigamos trabajando con entusiasmo por hacer presente el Reino de Cristo en este mundo, por medio de nuestro testimonio y nuestra entrega, con una leal disposicion a crear puentes y a derribar muros de odio y división.
+ Francisco Cerro Chaves
Arzobispo de Toledo y Primado de España
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